Diario Clarín – Suplemento Zona - Por Pablo Calvo – 17.11
“Precaución, ha entrado en zona peligrosa” . La voz de la española que vive atrapada en el GPS suelta su prejuicio justo al llegar a la villa 1-11-14, pobre hasta de nombre, numerada por la dictadura militar en su plan inacabado de pasarle por encima con las topadoras. Viven aquí 40 mil personas, tantas como las que entran en el Nuevo Gasómetro, que está enfrente. Estadio y barriada conviven, pese a que un antiguo presidente de San Lorenzo había sugerido barrer hasta Ezeiza a los “paraguayos, peruanos y bolivianos” que la habitan. El Estado es un patrullero de Gendarmería, tres terminales de la tarjeta SUBE, una oficina de Acceso a la Justicia, planes clientelistas y un container donde se tramitan documentos de identidad. El sol se clava como agujas en los vericuetos de las construcciones de tres pisos y, por un callejón, asoma Gustavo Carrara, un cura de vaquero y zapatillas parecido al guitarrista Eric Clapton, que se desabrocha su camisa para trabajar y deja suelto el alzacuello blanco que simboliza la resurrección.
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