Una antigua - ¡y hermosa! oración "para rezar por la calle", de Michel Quoist, apropiada para estos tiempos de mundial...
FÚTBOL NOCTURNO
Muchas veces los hombres quisieran
estar lejos del punto y hora que les toca vivir. Es una
ilusión enormemente peligrosa.
A espaldas del deseo eterno del
Padre no hay en el Mundo quehacer para nosotros.
Para realizar nuestra vida y
colaborar en la realización de la humanidad, es preciso no huir un
solo segundo de nuestro sitio.
Porque nuestra vida es una obra
divina.
* *
Y Él (Cristo)
constituyó a los unos apóstoles, a los otros profetas, a éstos
evangelistas, a aquéllos pastores y doctores para
la perfección
consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la
edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos
alcancemos la
unidad de la fe... Cristo, de quien todo el cuerpo, trabado y
unido... para la operación propia de cada miembro,
crece y se
perfecciona en la caridad. (Ef 4,11-16)
* *
Esta tarde, en el estadio, la noche se agitaba
poblada por sesenta mil sombras,
y cuando los reflectores pintaron de verde los terciopelos del inmenso césped la noche entonó un
canto entonado por sesenta mil voces.
El maestro de ceremonias había dado la señal de empezar el oficio y la liturgia imponente se desarrollaba sin
tropiezo, el balón blanco volaba de oficiante en oficiante como si todo hubiera sido minuciosamente preparado de antemano, iba de uno a otro, rodaba a ras
del suelo o volaba por sobre las cabezas.
Cada uno estaba en su sitio,
recibía la pelota y¡ con un toque medido, se la pasaba al
otro; y el otro estaba allí para recoger el pase
y combinar de nuevo.
Y como cada uno cumplía su
misión, estando en .su sitio, como todos rendían lo
previsto y cada uno se sabía una pieza del conjunto lenta, pero segura, la pelota
avanzaba y cuando el balón hubo recogido el
esfuerzo de todos, cuando hubo reunido el
corazón de los once jugadores el equipo disparó y marcó el
tanto de la victoria.
*
Cuando a la salida la inmensa
masa se deslizaba lenta por las calles demasiado
estrechas yo pensaba, Señor, que la
historia humana, para nosotros un largo partido, era
para Ti esta grande liturgia prodigiosa ceremonia que comienza
en el alba de
los tiempos y que no se terminará
hasta que el último oficiante haya cumplido su
último gesto.
En este mundo, Señor, cada uno de
nosotros tiene su sitio; Tú, entrenador providente, nos lo
marcaste desde la
eternidad.
Porque Tú tienes necesidad de
nosotros aquí, y nuestros hermanos tienen necesidad de
nosotros y nosotros tenemos necesidad de todos.
Y lo importante no es, desde
luego, el puesto que ocupo, Señor, sino la perfección
y la profundidad de mi presencia,
¡qué importa que yo sea defensa o delantero, si soy hasta el máximo lo que debo ser!
*
Hela aquí, Señor, mi jornada ante mí... ¿No me habré refugiado demasiado en los fallos, criticando los esfuerzos de los otros, hundidas mis manos en los bolsillos?
¿He defendido bien mi puesto y, cuando Tú miras al campo, me has encontrado siempre en mi sitio?
¿He recibido bien el «pase» de mi vecino, y el
«centro» que me vino desde el extremo?
¿He «servido» bien a mis compañeros de equipo sin individualismos que me permitieran lucirme?
¿He «construido» juego para que se consiga la
victoria y todos puedan contribuir a ella?
¿Luché hasta el fin a pesar de los fallos, los
golpes, las lesiones?
¿No me han puesto nervioso los gritos de los
compañeros y de los espectadores, no me he desanimado
ante sus incomprensiones y reproches, ni me he enorgullecido con sus aplausos?
¿He «rezado mi partido» sin olvidar que, a los ojos de Dios, este juego de los hombres es el más
sagrado de los Oficios?
Y ahora vuelvo ya a descansar a los vestuarios.
Mañana, si Tú me seleccionas, yo volveré a jugar y así cada día...
Haz que este partido celebrado con todos mis
hermanos sea la solemne liturgia que Tú esperas de
nosotros a fin de que cuando Tú silbes el fin de nuestras vidas, seamos seleccionados para la Copa del cielo.
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