Diario Cronista – Opinión - por José María Simone, Empresario Ex presidente de ACDE
En épocas en que los dirigentes de empresa son identificados como amigos del poder, las celebridades de culebrones mediáticos, los ‘titulares’ o los que mueven los hilos del resto de los que aparecen como protagonistas de la vida cívica sin poner el pecho; una contrafigura es un oasis en el desierto. Es el caso del empresario Enrique Shaw (1921-1962), su coherencia entre pensamiento, pasión y acción es notable. Fundador de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (1952) y su primer presidente, también fue animador de la Acción Católica Argentina y participó como primer tesorero de la naciente UCA.
En su pensamiento sobresale una obsesión: la sociedad necesita empresarios cristianos, con una esmerada educación, que armonicen el conocimiento científico y el desarrollo de las aptitudes directivas, con un sentimiento del valor de la trascendencia. En especial, la idea que es posible y deseable un camino de santificación en el trabajo que realiza y en el ejercicio constante del servicio a la integración fraterna: “Debemos tener conciencia social de los problemas, porque Jesús se ha ocultado en los pobres”. Para ello, Shaw proponía “definir responsabilidades, trabajar mejor; premiar a quien se lo merece; facilitar el trabajo de equipo porque así se pierden menos energías; definir los objetivos y dejar libertad sobre cómo cumplirlos siempre que no atente contra la dignidad humana; lo justo es siempre lo más conveniente”. Evidentemente, un adelantado a la ola de pensamiento humanista cristiano que tomó como una clase dirigente comprometida con algo más que el cuadro de resultados.
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