Sobre las indulgencias en el año de la fe


Siglos de teología escolástica nos han acostumbrado a hablar del misterio de la comunión de Dios con los hombres, del Padre con sus hijos, de un cierto modo cosístico; hablamos de la Gracia, como de algo que Dios confiere a los hombres; la teología conciliar rescató un lenguaje mucho más cercano a la experiencia existencial, y mucho más bíblico,
pero todavía estamos lejos de traducir en nuestra práctica catequística y homilética dicho lenguaje. Esto se nota particularmente, en las dificultades que muchos tenemos a la hora de proclamar, anunciar, kerygmáticamente, las indulgencias jubilares. Amén de resabios históricos que nos remontan a una época de la Iglesia no demasiado feliz (la "venta de indigencias"), subsiste el problema de cómo traducir en lenguaje evangélico, de buena noticia, los términos canónicos y todavía "cosísticos" de la teología de la gracia escolástica: culpa, pena, tiempos de expiación, etc.

            Leyendo una de las últimas catequesis del Papa, se me ocurrió que no es tan difícil, y sí beneficioso, intentar pensar, y hablar del tema, desde la teología existencial.
Transcribo la frase de la catequesis de papa, que me inspiró estas reflexiones.

            El Papa explicó que la reconciliación del pecador con Dios, que es un don, implica un compromiso personal del hombre y de la Iglesia "por su acción sacramental". "El hombre debe ser 'sanado' progresivamente respecto a las consecuencias negativas que el pecado ha producido en él. En vista de una curación completa, el pecador está llamado a emprender un camino de purificación hacia la plenitud del amor", afirmó.

            ¿Qué decimos, en realidad, cuando hablamos de indulgencia plenaria?
            ¿Qué decimos, en realidad, cuando hablamos de la gracia divina?
           
            Estamos expresando en términos humanos, la autodonación de amor de Dios. Dios es amor, dice san Juan, y santo Tomás remarcaba: "El amor es difusivo de sí mismo, es autocomunicación, es auto- donación existencial. Dios ama dando existencia, y esa existencia es participación de su propio ser divino, una participación ciertamente gratuita, nunca merecida por nosotros sus criaturas. El amor de Dios  es gracia, y el fruto de ese amor es una íntima comunión de hijos con el padre: y esa es la gran revelación, la gran buena noticia de Jesús. El amor de Dios se comunica por que El mismo se da nosotros, y al darse, nuestra vida se transforma, el mundo cambia, el Reino llega. El auto darse de Dios al hombre se expresa en un nuevo modo de relacionarse de los hombres entre sí, la criatura se hace "sacramento" del amor del Creador. El hijo, se hace "imagen" del Padre.

            ¿Qué es, entonces, la indulgencia plenaria? Es simplemente otro nombre de la benevolencia, misericordia infinita y permanente del Padre para con sus hijos, unabenevolencia, misericordia, "plenaria", sin límitesque quiere hacer perfecta y plena la comunión con sus hijos.
            Análogamente a lo que sucede con los sacramentos, para que la criatura, el hijo, sienta y experimente esa benevolencia de Dios, tiene que tener un corazón abierto,predisposición, que lo capacite para recibir esa autodonación de Dios. Toda la tradición de la iglesia habla de los sacramentos de la fe; los sacramentos, lejos de ser ritos mágicos, son signos de un encuentro profundo de Dios que se autobrinda al hombre, y del hombre que, por la fe, se abre al don de Dios.
           
            En el caso de las indulgencias, podemos pensar que, cuando la Iglesia nos propone tiempos, momentos, actos significativos, para "recibir" las indulgencias, no está haciendo otra cosa que extraer del tesoro de su sabiduría ancestral, las riquezas sacramentales, que permiten al creyente, predisponerse y abrirse a la autodonación de Dios.
            En este sentido, peregrinar al templo catedral, por ejemplo, es facilitar al creyente recuperar su condición consciente de miembro de la Iglesia, del Pueblo de Dios, reunido en torno a su pastor el obispo. Confesarse y comulgar, es hacer un camino de conversión, de "penitencia" (cambio de mentalidad) y de reencuentro con Jesús en el signo que expresa esa unidad espiritual, existencial, profunda, entre Cristo-cabeza y su Cuerpo que es la iglesia, en la comunión eucarística. Vivir estos momentos intensamente, preparándolos con una apertura consciente a la Palabra de Dios, vivenciándolos en compromisos de caridad solidaria para con los hermanos, ciertamente hacen del creyente un hombre "lleno" de la benevolencia de Dios; es el hijo de la parábola que vuelve y se encuentra con que el padre ya ha salido a su encuentro. El abrazo del padre es expresión de la indulgencia plenariadel padre para con su hijo. Pero esa indulgencia tendrá que ser vivenciada, celebrada en la fiesta. Y para eso, el hijo debe lavarse, cambiarse de ropa, prepararse para gozar del encuentro y del regreso.
            Creo que podríamos seguir meditando, profundizando en esta línea, y creo que de esta manera, seríamos más fieles al espíritu eclesial, en este próximo año santo jubilar, y a la vez, más fieles a lo que hoy nos pide la Iglesia: una evangelización, una catequesis, kerygmáticas. El reciente Congreso Misionero Americano nos lo recuerda en sus conclusiones nuevamente. Así debió ser siempre, pero hoy más que nunca: la predicación y la vivencia de la fe son esencialmente EVANGELIO, buena noticia, o no son.   Resumiendo, Dios no da cosas, se da a Sí mismo, y el hombre que desde su libertad profunda se abre a ese torrente inagotable de Ser y de Amor que es Dios en su autodonación, se abre a la acción de su Espíritu, vive y experimenta en lo más profundo de su ser esa amorosa benevolencia del Padre que lo abraza, que lo hace uno con su Hijo, que le comunica el ardoroso Amor de su Espíritu.
            Espero que estos simples pensamientos en voz alta, nos ayuden a vivir más plenamente el año de gracia jubilar que se aproxima.

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