1º de mayo

1) Comunicado de la HOAC (Hermandad obreros de Acción Católica)- España
Es evidente el empobrecimiento acelerado del mundo obrero, que día a día encuentra más dificultades en el acceso a sus necesidades y derechos más básicos (alimentación, salud, vivienda, educación…) Esto contrasta con el creciente enriquecimiento de las élites económicas y financieras.
Ante la situación de insolidaridad estructural que se vive en todo el mundorespecto a los trabajadores, y más si cabe respecto a jóvenes que quieren y no pueden trabajar, observamos que las condiciones de vida que ofrece nuestra sociedad no son decentes porque humillan a grandes cantidades de personas abocándolas al desempleo o a trabajos precarios permanentes y mal remunerados que no garantizan una vida digna; a la pobreza que impide un mínimo proyecto de vida personal y familiar sostenible y duradero.
¿Tiene sentido seguir hablando de trabajo digno? ¿Cómo mirar desde una perspectiva cristiana la realidad del trabajo? ¿Puede ser hoy Buena Noticia nuestra manera de comprender el trabajo a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI)?
Ofrecemos la reflexión de la DSI, que establece el trabajo como la clave de la cuestión social. El Papa Francisco se ha referido repetidamente a la importancia del trabajo para tener una vida digna: “Donde no hay trabajo, falta la dignidad. Y esto (…) es consecuencia de una elección mundial, de un sistema económico que lleva a esta tragedia; un sistema económico que tiene en el centro un ídolo, que se llama dinero.” [3]
La persona  debe ser y estar en el centro de la actividad económica, de la política, de las relaciones laborales, del trabajo. La forma en que se está organizando el trabajo y la sociedad nos deshumaniza, nos impide el desarrollo personal, familiar, social y nos condena, a vivir para trabajar, dispuestos a aceptar cualquier condición laboral. Se supedita al ser humano y a la familia a esta lógica.
Reconocemos que a pesar de esta situación, amigos, vecinos y familiares, voluntarios anónimos, movimientos y entidades sociales, organizaciones obreras, colectivos de Iglesia como Cáritas o Manos Unidas y otros muchos están ofreciendo experiencias de apoyo mutuo, de resistencia pacífica, de alegría en el compartir lo que no sobra. Experiencias que rechazan el individualismo, que mantienen viva la esperanza en que el tiempo dará la razón a los que ahora son olvidados por las estructuras.
Proponemos la Buena Noticia de Jesús de Nazaret, que sigue teniendo una extraordinaria fuerza profética y revolucionaria, pues la escala de valores que nos propone subvierte de raíz el orden establecido. El Evangelio anuncia que la vida humana no tiene otro sentido que dar vida, gastarse en la tarea de hacer posible que otros tengan vida. Por eso hoy debemos “convertir en actores a los que sólo son espectadores”, como decía Guillermo Rovirosa, promotor de la HOAC, o recordar nuevamente que “un joven trabajador vale más que todo el oro del mundo” como afirmaba Cardjin, fundador de la JOC.
Nos sentimos llamados y llamadas a repensar la economía y la política desde el carácter humanizador que tiene el trabajo, y sabiendo que el empleo fijo y para toda la vida probablemente ya no volverá, mientras perdure este sistema capitalista. Hemos de trabajar por garantizar una renta básica para que todas las personas tengan los mínimos para vivir con dignidad, sin renunciar a la defensa de un trabajo digno. Debemos poner nuestra mirada en los que no pueden esperar, no podemos conformarnos con que nuestro modelo de vida se caracterice por la precariedad vital que la crisis ha generado.
Reivindicamos seguir luchando por la defensa y extensión de los derechos sociales y por la necesaria renovación y fortalecimiento del movimiento sindical. Es hora de seguir construyendo pequeñas alternativas en lo económico y en lo relacional, basadas en el incremento del compartir, a veces incluso lo que no sobra, a contracorriente y en contraposición de la cultura falsa e inhumana del “tener más para vivir mejor”. Pequeñas, pero imprescindibles experiencias para imaginar e ir viviendo desde ya un futuro mejor posible frente al “único” pretendido por los que nos han traído hasta la situación actual. Es imprescindible que los cristianos y cristianas trabajemos activamente, junto a nuestros hermanos de trabajo, en la radical “defensa del pueblo deshumanizado, empobrecido y crucificado” en palabras de Ignacio Ellacuría.
Animamos a seguir construyendo esa nueva sociedad, de relaciones humanas, sociales, laborales, que sean  camino de humanización, de fraternidad y vida de comunión.
Anunciamos que las tristezas y las angustias de los trabajadores y trabajadoras, sobre todo de quienes más sufren, son también las  tristezas y angustias de quienes seguimos al Cristo obrero, al carpintero de Nazaret, que proclamó el Reino de Dios y su justicia. Continuamos celebrando la lucha obrera y mientras, tenemos el reto de seguir mostrando el amor al mundo obrero  y la fuerza solidaria  que tiene Jesucristo.
1 de mayo de 2014
ENCUENTRO CON EL MUNDO LABORAL
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Largo Carlo Felice, Cagliari
Domingo 22 de septiembre de 2013

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os saludo cordialmente: trabajadores, empresarios, autoridades, familias presentes, en particular al arzobispo, monseñor Arrigo Miglio, y a los tres de vosotros que han manifestado vuestros problemas, vuestras expectativas, también vuestras esperanzas. Esta visita —como decíais— empieza precisamente con vosotros, que formáis el mundo del trabajo. Con este encuentro deseo sobre todo expresaros mi cercanía, especialmente a las situaciones de sufrimiento: a muchos jóvenes desempleados, a las personas con subsidio o precarias, a los empresarios y comerciantes a los que les cuesta salir adelante. Es una realidad que conozco bien por la experiencia tenida en Argentina. Yo no la he conocido, pero mi familia sí: mi papá, joven, fue a Argentina lleno de ilusiones a «hacer las Américas». Y sufrió la terrible crisis de los años treinta. ¡Lo perdieron todo! No había trabajo. Y he oído, en mi infancia, hablar de este tiempo, en casa... Yo no lo vi, no había nacido todavía, pero oí en casa este sufrimiento, hablar de este sufrimiento. Conozco bien esto. Pero debo deciros: «¡Ánimo!». Pero también soy consciente de que debo hacer todo lo posible por mi parte, para que esta palabra «ánimo» no sea una bella palabra de paso. Que no sea sólo una sonrisa de empleado cordial, un empleado de la Iglesia que viene y os dice: «¡Ánimo!». ¡No! No quiero esto. Querría que este ánimo venga de dentro y me impulse a hacer todo lo posible como Pastor, como hombre. Debemos afrontar con solidaridad, entre vosotros —también entre nosotros—, todos con solidaridad e inteligencia este desafío histórico.
Esta es la segunda ciudad que visito en Italia. Es curioso: las dos —la primera y ésta— son islas. En la primera vi el sufrimiento de mucha gente que busca, arriesgando la vida, dignidad, pan, salud: el mundo de los refugiados. Y vi la respuesta de esa ciudad, que —siendo isla— no ha querido aislarse y recibe aquello, lo hace suyo; nos da un ejemplo de acogida: sufrimiento y respuesta positiva. Aquí, en esta segunda ciudad, isla que visito, también aquí encuentro sufrimiento. Un sufrimiento que uno de vosotros ha dicho que «te debilita y acaba por robarte la esperanza». Un sufrimiento —la falta de trabajo— que te lleva —perdonadme si soy un poco fuerte, pero digo la verdad— a sentirte sin dignidad. Donde no hay trabajo, falta la dignidad. Y esto no es un problema sólo de Cerdeña —pero es fuerte aquí—, no es un problema sólo de Italia o de algunos países de Europa, es la consecuencia de una elección mundial, de un sistema económico que lleva a esta tragedia; un sistema económico que tiene en el centro un ídolo, que se llama dinero.
Dios ha querido que en el centro del mundo no haya un ídolo, sino que esté el hombre, el hombre y la mujer, que saquen adelante, con su propio trabajo, el mundo. Pero ahora, en este sistema sin ética, en el centro hay un ídolo y el mundo se ha vuelto idólatra de este «dios-dinero». Manda el dinero. Manda el dinero. Mandan todas estas cosas que le sirven a él, a este ídolo. ¿Y qué ocurre? Para defender a este ídolo se amontonan todos en el centro y caen los extremos, caen los ancianos porque en este mundo no hay sitio para ellos. Algunos hablan de esta costumbre de «eutanasia oculta», de no atenderles, de no tenerles en cuenta... «Sí, dejémoslo...». Y caen los jóvenes que no encuentran el trabajo y su dignidad. Pero piensa, en un mundo donde los jóvenes —dos generaciones de jóvenes— no tienen trabajo. No tiene futuro este mundo. ¿Por qué? Porque ellos no tienen dignidad. Es difícil tener dignidad sin trabajar. Este es vuestro sufrimiento aquí. Esta es la oración que vosotros de ahí gritabais: «Trabajo», «trabajo», «trabajo». Es una oración necesaria. Trabajo quiere decir dignidad, trabajo quiere decir llevar el pan a casa, trabajo quiere decir amar. Para defender este sistema económico idolátrico se instaura la «cultura del descarte»: se descarta a los abuelos y se descarta a los jóvenes. Y nosotros debemos decir «no» a esta «cultura del descarte». Debemos decir: «¡Queremos un sistema justo! un sistema que nos haga salir a todos adelante». Debemos decir: «Nosotros no queremos este sistema económico globalizado, que nos daña tanto». En el centro debe estar el hombre y la mujer, como Dios quiere, y no el dinero.
Yo había escrito algunas cosas para vosotros, pero viéndoos me han salido estas palabras. Entregaré al obispo estas palabras escritas como si hubieran sido dichas. Pero he preferido deciros lo que me sale del corazón contemplándoos en este momento. Mirad, es fácil decir que no perdáis la esperanza. Pero a todos, a todos vosotros, a quienes tenéis trabajo y a quienes no tenéis trabajo, digo: «¡No os dejéis robar la esperanza! ¡No os dejéis robar la esperanza!». Tal vez la esperanza es como las brasas bajo las cenizas; ayudémonos con la solidaridad, soplando en las cenizas, para que el fuego salga otra vez. Pero la esperanza nos lleva adelante. Eso no es optimismo, es otra cosa. Pero la esperanza no es de uno, la esperanza la hacemos todos. La esperanza debemos sostenerla entre todos, todos vosotros y todos nosotros que estamos lejos. La esperanza es algo vuestro y nuestro. Es cosa de todos. Por eso os digo: «¡No os dejéis robar la esperanza!». Sino que seamos listos, porque el Señor nos dice que los ídolos son más listos que nosotros. El Señor nos invita a tener la astucia de la serpiente, con la bondad de la paloma. Tengamos esta astucia y llamemos a las cosas por su propio nombre. En este momento, en nuestro sistema económico, en nuestro sistema propuesto globalizado de vida, en el centro hay un ídolo y esto no se puede hacer. Luchemos todos juntos para que en el centro, al menos de nuestra vida, esté el hombre y la mujer, la familia, todos nosotros, para que la esperanza pueda ir adelante... «¡No os dejéis robar la esperanza!».
Ahora desearía acabar orando con todos vosotros, en silencio, en silencio, orando con todos vosotros. Yo diré lo que me sale del corazón, y vosotros, en silencio, orad conmigo.
«Señor Dios, míranos. Mira esta ciudad, esta isla. Mira a nuestras familias.
Señor, a Ti no te faltó el trabajo, fuiste carpintero, eras feliz.
Señor, nos falta el trabajo.
Los ídolos quieren robarnos la dignidad. Los sistemas injustos quieren robarnos la esperanza.
Señor, no nos dejes solos. Ayúdanos a ayudarnos entre nosotros; que olvidemos un poco el egoísmo y sintamos en el corazón el “nosotros”, nosotros pueblo que quiere ir adelante.
Señor Jesús, a Ti no te faltó el trabajo, danos trabajo y enséñanos a luchar por el trabajo y bendícenos a todos nosotros. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Muchas gracias y rezad por mí.
* * *
[A continuación las palabras que el Papa Francisco había preparado y que entregó al arzobispo de Cágliari dándolas por leídas.]
Desearía compartir con vosotros tres puntos sencillos, pero decisivos.
El primero: volver a poner en el centro a la persona y el trabajo. La crisis económica tiene una dimensión europea y global; pero la crisis no es sólo económica, es también ética, espiritual y humana. En la raíz hay una traición al bien común, tanto por parte de los individuos como de los grupos de poder. Así que es necesario quitar centralidad a la ley del beneficio y del rédito y volver a situar en el centro a la persona y el bien común. Y un factor muy importante para la dignidad de la persona es precisamente el trabajo; para que haya una auténtica promoción de la persona hay que garantizar el trabajo. Esta es una tarea que pertenece a la sociedad entera; por eso hay que reconocer un gran mérito a los empresarios que, a pesar de todo, no han dejado de comprometerse, de invertir y de arriesgarse para garantizar ocupación. La cultura del trabajo, frente a la del asistencialismo, implica educación al trabajo desde jóvenes, acompañamiento en el trabajo, dignidad para cada actividad laboral, compartir el trabajo, eliminación de cualquier trabajo negro. Que en esta fase, toda la sociedad, en todos sus componentes, realice todo esfuerzo posible para que el trabajo, que es fuente de dignidad, sea preocupación central. Vuestra condición insular además hace aún más urgente este empeño por parte de todos, sobre todo de las instancias políticas y económicas.
Segundo elemento: el Evangelio de la esperanza. Cerdeña es una tierra bendecida por Dios con muchos recursos humanos y ambientales, pero como en el resto de Italia se necesita un nuevo impulso para recomenzar. Y los cristianos pueden y deben hacer su parte, llevando su contribución específica: la visión evangélica de la vida. Recuerdo las palabras del Papa Benedicto XVI en su visita a Cágliari en 2008: hay que «evangelizar al mundo del trabajo, de la economía, de la política, que necesita de una nueva generación de laicos cristianos comprometidos, capaces de buscar con competencia y rigor moral soluciones de desarrollo sostenible» (Homilía, 7 de septiembre de 2008). Los obispos de Cerdeña son particularmente sensibles a estas realidades, especialmente a la del trabajo. Vosotros, queridos obispos, indicáis la necesidad de un discernimiento serio, realista, pero orientáis también hacia un camino de esperanza, como habéis escrito en el Mensaje de preparación de esta visita. Esto es importante, ¡ésta es la respuesta justa! Mirar a la cara la realidad, conocerla bien, comprenderla, y buscar juntos caminos, con el método de la colaboración y del diálogo, viviendo la cercanía para llevar esperanza. Jamás ofuscar la esperanza. No confundirla con el optimismo —que habla sencillamente de una actitud psicológica— o con otras cosas. La esperanza es creativa, es capaz de crear futuro.
Tercero: un trabajo digno para todos. Una sociedad abierta a la esperanza no se cierra en sí misma, en la defensa de los intereses de pocos, sino que mira adelante en la perspectiva del bien común. Y ello requiere de parte de todos un fuerte sentido de responsabilidad. No hay esperanza social sin un trabajo digno para todos. Por esto hay que «buscar como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o que lo mantengan» (Benedicto XVI, encíclica Caritas in veritate, 32).
He dicho trabajo «digno» y lo subrayo, porque lamentablemente, especialmente cuando hay crisis y la necesidad es fuerte, aumenta el trabajo inhumano, el trabajo-esclavo, el trabajo sin la seguridad justa, o bien sin el respeto a la creación, o sin respeto al descanso, a la fiesta y a la familia, trabajar el domingo cuando no es necesario. El trabajo debe conjugarse con la custodia de la creación, para que ésta sea preservada con responsabilidad para las generaciones futuras. La creación no es mercadería para explotar, sino don para custodiar. El compromiso ecológico mismo es ocasión de nueva ocupación en los sectores a él vinculados, como la energía, la prevención y la supresión de diversas formas de contaminación, la vigilancia contra incendios del patrimonio forestal, y así sucesivamente. ¡Que custodiar la creación, custodiar al hombre con un trabajo digno sea compromiso de todos! Ecología... y también «ecología humana».
Queridos amigos, os estoy particularmente cerca, poniendo en las manos del Señor y de Nuestra Señora de Bonaria todas vuestras ansias y preocupaciones. El beato Juan Pablo II subrayaba que Jesús «trabajó con las propias manos. Más aún, su trabajo, que fue un auténtico trabajo físico, ocupó la mayor parte de su vida en esta tierra, y así entró en la obra de la redención del hombre y del mundo» (Discurso a los trabajadores, Terni, 19 de marzo de 1981). Es importante dedicarse al propio trabajo con asiduidad, dedicación y competencia, es importante tener el hábito de trabajo.
Deseo que, en la lógica de la gratuidad y de la solidaridad, se pueda salir juntos de esta fase negativa, a fin de que se asegure un trabajo seguro, digno y estable.
Llevad mi saludo a vuestras familias, a los niños, a los jóvenes, a los ancianos. También yo os llevo conmigo, especialmente en mi oración. E imparto de corazón mi bendición sobre vosotros, sobre vuestro trabajo y sobre vuestro compromiso social.

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