Después del abismo


Diario Clarín – Sección Sociedad - Por Sergio Rubin

Ella era una joven de condición humilde, buena y bonita, llena de ilusiones a sus 27 años, allá por 1968. Había dejado su pueblo, Argelia de María, en la provincia colombiana de Antioquia, para ir a su capital, Medellín, a cursar la carrera de medicina. Trabajaba duro en una empresa para costearse los estudios. Sola en la ciudad, iba relacionándose, buscando hacer amistades en su círculo más cercano. Por eso, un día aceptó inocentemente la invitación a una fiesta que le hicieron sus jefes y compañeros de oficina. Fue una decisión con consecuencias horrorosas. Esos mismos jefes y compañeros le habían tendido una trampa: en la fiesta la drogaron, luego la llevaron a un sitio apartado y -borrachos- la violaron repetidamente. Como consecuencia de ello quedó embarazada. Fiel a sus convicciones, asentadas en una profunda religiosidad, decidió no abortar y salir adelante. Así es que dio a luz a Alfar Antonio, que con el tiempo conocería su tan traumática concepción y se sobrepondría apelando también a la fe. Una fe creciente que lo llevaría a descubrir su vocación sacerdotal, ordenarse y llegar a ser el mayor orgullo de su madre. Llevado por su carisma misionero, el hoy padre Alfar Antonio Vélez vive desde hace unos años en Comodoro Rivadavia, en la provincia de Chubut, donde tiene a su cargo dos parroquias (San Jorge y Santa María Goretti), siendo muy valorada su labor religiosa por sus superiores. A raíz del reciente fallo de la Corte que – al interpretar el artículo 86 del Código Penal- determinó que todos los abortos por violación -no sólo los de una mujer insana- son "no punibles", decidió abandonar su discreción y contar por primera vez, ante el pedido de Valores Religiosos, su conmovedor caso.

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